Cosmologias

Representación del Calendário Litúrgico en la Baja Edad Media  

Matilde Miquel Juan

Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias «González Martí»
Grupo de investigación APES

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El tiempo es un concepto difícil de definir, por ello, su división en periodos ha sido uno de los problemas constantes del hombre. Solamente puede ser comprendido al delimitarlo por aspectos o sucesos físicos y reales, con un antes y un después, o, más concretamente, a partir del sentimiento humano de la historia.1 Las grandes culturas de la humanidad han creado diferentes formas de medir el tiempo utilizando aquellos elementos inmutables y cíclicos de la naturaleza, principalmente el ciclo agrario y el estudio astronómico.2 Éstos sirvieron como hitos dentro de la historia de un pueblo para mostrar diferentes etapas: el mundo fue realizado en seis días y en el séptimo Dios descansó; los griegos diferenciaban entre el tiempo de los dioses y el de los humanos y las olimpíadas se utilizaron como elemento de referencia temporal; la cultura maya marcaba la evolución del mundo con ‘tunes’ y ‘katune’, o los romanos con los ‘idus’ y ‘nonas’, etc., y, en general, todos ellos se sirvieron de la astronomía como medio inmutable de división temporal [Fig. 1]. Así, de la misma manera, las grandes religiones determinaron su evolución a partir de significativos acontecimientos: la hégira de Mahoma para distinguir la  época de la oscuridad de la de la revelación, o el nacimiento de Cristo como límite entre el Antiguo Testamento (la ley antigua) y el Nuevo Testamento (la ley nueva).

1. A pesar de la importancia del tiempo, hasta el siglo XIX no hubo una concepción unificada, y se llegó a ella gracias a la revolución industrial, y concretamente a la de los transportes, por la necesidad de unos horários e indicadores de ferrocarriles. Se difundió la era del minuto, el segundo y los cronómetros. Uno de los primeros testigos de la importancia del tiempo unificado es la novela La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne, datada en 1873. Le Goff, Jacques. Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval. Madrid: Taurus, 1983, p. 71.
2. Es posible encontrar en las Etimologías de san Isidoro de Sevilla una de las primeras definiciones de calendario: «Kalendaria appellantur, quae in menses singulos digeruntur » (Etimologías, I, 44, 2). LEMAÎTRE, Jean-Loup. «Martyrologes et calendriers dans les manuscrits latins», En LEGENDRE, O. y LEBIGUE , J. B. Les manuscripts liturgiques, cycle thématique 2003-2004. Paris: IRHT, 2005 (sin paginar).

La religión cristiana, como en tantos otros aspectos, adoptó de la civilización romana el sistema de cómputo del tiempo, que estaba definido por la naturaleza, es decir, principalmente por la astrología (equinoccios, solsticios, sol y luna, y las estrellas). Fue la herramienta para conocer el paso de las horas, días, meses, estaciones y años. En mosaicos de época romana ya hay alegorias de los meses y estaciones del año a partir de las diferentes tareas agrícolas. En épocas posteriores hay incluso calendarios donde se identifican las representaciones de los signos del Zodíaco3 con las ocupaciones rurales que se realizan en esos meses, acompañado por las figuras simbólicas del sol, la luna, las estaciones y un personaje masculino en el centro que lo domina todo lo que en época cristiana se identificará con Cristo como señor del Universo [Fig. 2].

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Hoja del calendario de Fulda

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3. El Zodíaco se define como el cinturón imaginario que describe el Sol sobre la bóveda celestial, a 8° aproximadamente a un lado y otro de la eclíptica. Al principio, la anchura del Zodíaco se determinó incluyendo las órbitas del Sol, la Luna y los cinco planetas conocidos por los pueblos de la Antigüedad (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno). El Zodíaco se divide en 12 secciones de 30° cada una, a las que denominamos signos del Zodíaco. Comienza en el equinoccio de primavera, es decir, por la constelación (signo) de Aries, y continúa hacia el este a lo largo de la eclíptica, hasta la constelación (signo) de Piscis.

Con estos precedentes y conocimientos de época antigua, el cristianismo, en su intento de definir y marcar la vida del ser humano, asoció los diferentes momentos del año solar de época romana con los momentos más significativos de la vida de Cristo: el nacimiento de Cristo coincide con el solstício de invierno; la Pasión de Cristo, con el equinoccio de primavera; los doce signos del Zodíaco se asociaron a los doce apóstoles o a los doce profetas, e incluso se aceptaba la representación de estos signos zodiacales en relación con el bautismo y el destino del hombre, por ejemplo. El tiempo de la Biblia y el de la religión cristiana primitiva es principalmente teológico, es decir, comienza y está dominado por Dios: Dios creó el mundo y Él vendrá al final de los tiempos. Y con el año solar empleado por el cristianismo sucede lo mismo, puesto que el año litúrgico comienza con el nacimiento de Cristo (Natividad) y está dominado por su llegada a la tierra: Cuaresma, Pascua, Semana Santa y Adviento. Es muy significativo que el nacimiento de Cristo se feche el 25 de diciembre, cerca del solsticio de invierno, la jornada más corta del año y el momento en que se da comienzo a una nueva etapa.

La palabra calendario procede del latín calendarium, y se define por el sistema de cómputo del tiempo en días, semanas, meses y años, ligado de manera más o menos estricta a la revolución de la Tierra alrededor del Sol o de la Luna alrededor de la Tierra.4 Mientras, el calendario litúrgico o eclesiástico se ordena a partir del primer domingo de Adviento, y se determina mediante un conjunto de cálculos basados en las reglas emanadas del Concilio de Nicea del 325. El calendário litúrgico surge de la necesidad de ordenar a partir de los acontecimientos religiosos más importantes del cristianismo el tiempo del hombre, facilitando primero a los eclesiásticos la conmemoración de las fiestas y devociones y, en segundo lugar, a los fieles, la práctica de la fe. La formación del año litúrgico tal y como lo conocemos hoy surge de una evolución que se produce entre los siglos I y IV. Al principio, el inicio del año litúrgico se conmemoraba el 25 de marzo, día de la Encarnación de Cristo, coincidiendo precisamente con el equinoccio de primavera. El primer ciclo de fiestas que se comenzó a celebrar fue el de la Pasión de Cristo, su muerte y resurrección, es decir, la Pascua Crucifixionis y la Pascua Resurrectionis, y durante los siglos II y IV se añadió el periodo de Cuaresma (de preparación de la Pascua) y el de Pentecostés (posterior a la Pascua). Durante el siglo IV se conformó el segundo ciclo anual, el tiempo de Navidad, periodo al que pertenecen el tiempo de Adviento (preparación), Navidad (nacimiento de Cristo) y Epifanía (posterior al nacimiento de Cristo). Así, a partir del siglo IV el año litúrgico quedará definido a partir de dos etapas, una fija, el tiempo de Navidad (25 de diciembre), y una móvil, el tiempo de Pascua.5 Y el año litúrgico se iniciará con el Nacimiento de Cristo el 25 de diciembre, tal y como hoy lo conocemos. Y todas ellas, además, se caracterizan por celebrar significativas fiestas que permitían la participación de los laicos en la vida de la Iglesia; durante el tiempo de Navidad destacan san Esteban, los santos Inocentes, la circuncisión de Cristo o la purificación de la Virgen, y durante el tiempo de Pascua: la Ascensión de Cristo, la Trinidad, la Asunción de la Virgen o el Corpus Christi.

4. También es posible definirlo como el registro de los días del año, generalmente agrupados por meses y semanas, con la correspondencia entre las fechas y los días de la semana, necesario para la vida civil. Las divisiones del calendario están basadas en los movimientos del Sol, la Tierra y la Luna en la esfera celeste. Como es sabido, un día es el tiempo medio que emplea la Tierra para girar sobre su eje, y el año, la rotación de la Tierra alrededor del Sol.
5. El año litúrgico, además, se caracterizará por cierta libertad, puesto que ya durante la Alta Edad Media se aprecia la independencia de los obispos y monjes por adaptar a su uso ciertas conmemoraciones del santoral o devociones. Antes de la fijación actual del calendario, llamado gregoriano, el hombre ha utilizado diferentes sistemas de medición del tiempo. Por ejemplo, en la Antigüedad el mes se medía por el mes lunar o sinódico, basado en los meses de la Luna, el cual daba lugar al año lunar de 354 días y permitía ajustar los doce meses del año solar. El origen de los signos del Zodíaco se sitúa en Mesopotamia, hacia el año 2000 antes de Cristo. Los mesopotâmicos emplearon el calendario lunar y los egipcios fueron los primeros en adoptar el calendario solar de 365 días, divididos en 12 meses de 30 días cada uno, con cinco días extras al final, y el rey Tolomeo III incorporo un día más cada cuatro años (bisiesto). En cambio, en Grecia se empleó el calendario lunisolar, y los romanos, tras el empleo de un complejo calendario, a partir de Julio César (45 a. de C.), retomaron el uso del calendario solar, conocido como juliano, muy similar al actual. Los egipcios o los chinos asignaron nombres y símbolos diferentes a las divisiones del Zodíaco, por ejemplo, los chinos denominan los doce signos del Zodíaco como: rata, buey, tigre, dragón, serpiente, caballo, oveja, mono, gallina, perro y cerdo.

El papa Gregorio XIII estableció el uso del calendario gregoriano, basado y perfeccionando el juliano, que es el que se utiliza actualmente. También se le conoce como calendario cristiano, puesto que el Nacimiento de Cristo se empleó como punto de partida e hito para marcar la división en dos etapas en la historia del hombre: antes de Cristo y después de Cristo.

En el presente estudio no es posible estudiar la evolución de las representaciones más significativas del tiempo litúrgico, es decir, de las escenas de la Natividad, la Epifanía, la Pascua, la Resurrección o Pentecostés, principalmente, pero sí indicar la escasa relación formal entre las escenas de la vida de Cristo, que conforman principalmente las ilustraciones del calendario litúrgico, y las del calendario profano. Todas ellas tienen en común la voluntad de ordenar el cómputo del tiempo y se encuentran juntas con bastante frecuencia en los mismos manuscritos medievales, como son los ‘libros de horas’ y breviarios. Como resultado de la cristianización del tiempo romano es posible apuntar algunos detalles que relacionan el calendário profano con aspectos de la religión cristiana. Por ejemplo, el signo zodiacal de Aries se ha relacionado con el Agnus Dei, Virgo con la Virgen Maria y un largo etcétera de imágenes femeninas de la antigüedad, Géminis como dos bienaventurados, quizás los hermanos Facundo y Primitivo, Libra como la encarnación de la Justicia, el agua de la gracia con Acuario, los cristianos con los dos peces entrelazados de Piscis, o los signos de Capricornio y Sagitario con seres diabólicos,6 representaciones secundarias dentro de la espiritualidad cristiana y alejadas formal e iconográficamente de las principales escenas de la vida de Cristo o la Virgen.

6. Una investigación muy significativa de la relación entre signos zodiacales y representaciones cristianas es la interpretación de Serafín Moralejo del programa decorativo de la portada del Cordero de la basílica de San Isidoro de León, donde el nacimiento del cristiano se integra en el orden de la gracia, sustituyendo así al destino. Por ejemplo, la figura que vierte agua sobre dos peces, signo de Acuario, es el nuevo pueblo cristiano unificado por el sacramento del Bautismo, Cáncer se asocia con la avaricia, el diablo tienta al hombre en los meses de Capricornio y Sagitario, o Leo, con el «León de Judá», prefiguración de Cristo, su Pasión y Muerte. MORALEJO, Serafín. «Pour l´interpretation iconographique du portail de l´Agneau à Saint-Isidore de León: les signes du zodiaque». Cahiers de Saint Michel de Cuxà, n.º 8, 1977, pp. 137-173.

Los espacios de representación del calendario y su evolución

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Hoja del calendario astrológico y martirológico de Suabia

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Durante la Edad Media, el cristianismo imprimió en la vida de los hombres el orden de la práctica de la fe, y para ello utilizó la sucesión del tiempo conocida por el ser humano. Las primeras representaciones de mecanismos cristianos para medir el tiempo datan de los siglos VIII y IX, de época carolingia, y se refieren a copias anteriores, de origen claramente romano, en las que se combinaba el calendario, las fiestas de santos y los signos del Zodíaco.7 La influencia de la cultura carolingia en la representación del calendario fue doble, primero por la adopción de los modelos y referencias del mundo romano, y, por otra parte, por la naturalidad que impregnó la representación de las tareas o signos del Zodíaco que ahora son par te activa de las tareas agrícolas, debido, principalmente, a la importancia del campesino en el mundo medieval.8 Estos modelos permanecieron fijados definitivamente desde principios del siglo XII, para cambiar durante los siglos XIII, XIV y XV, al desaparecer de los programas de escultura monumental y aparecer en los manuscritos iluminados, donde gozaron, como veremos, de un gran predicamento.9

7. Es posible encontrar representaciones de calendarios en gran parte de las culturas desarrolladas de época antigua, pero durante la época cristiana los referentes empleados fueron en su mayoría de origen romano, debido principalmente a su importancia, trascendencia histórica y proximidad temporal con la aparición del cristianismo. (Otras representaciones del tiempo en época antigua: RIBÉMONT, Bernard. Le Temps, sa mesure et sa perception au Moyen Age. Caen: Paradigme, 1992.)
8. En esta misma línea se ha remarcado la importancia que había dado la Iglesia al trabajo como un medio de redención.
9. Sobre la evolución y tipología de las representaciones de los trabajos de los meses a partir de los modelos españoles y una comparación con los europeos: PÉREZ HIGUERA , María Teresa. Calendarios medievales: la representación del tiempo en otros tiempos. Madrid: Encuentro, 1997.

La forma de representación que adoptaron estos calendarios durante la Alta Edad Media fue la de un círculo o rueda con diferentes círculos concéntricos en los que se superponen las diferentes formas de medir el tiempo: el solar con los equinoccios y solsticios, las estaciones y los signos del Zodíaco y, en segundo lugar, el año de la naturaleza a partir del ritmo agrario. Evidentemente, el hombre de la Edad Media requería de aquellos acontecimientos más cercanos a su quehacer diario, tales como la matanza de los animales, la siembra o la recogida de los frutos, para conocer y celebrar el tiempo litúrgico, que en la práctica terminó por definir la vida de los hombres. Uno de los ejemplos más significativos en que a través de la composición de una rueda se suceden los diferentes ciclos agrarios y astrológicos es una de las páginas del calendario de Suabia, donde en el centro se sitúa la imagen del dios Sol sosteniendo en sus manos el Sol y la Luna [Fig. 3]. Le rodean dos círculos concéntricos, el primero muestra los signos del Zodíaco con una inscripción con su nombre y el mes al que corresponde; el segundo círculo es la representación de las tareas agríco las, las cuales, evidentemente, se identifican con el espacio del signo zodiacal y mes del año. El círculo está enmarcado por un gran recuadro en cuyas esquinas se representan las figuras de las cuatro estaciones, asociadas a los signos zodiacales y trabajos agrícolas más cercanos. Y, por último, fuera del recuadro se representa la aurora, el crepúsculo, la vigilia y los maitines. A través de esta composición tan completa el hombre medieval sabía perfectamente los símbolos astrales, los trabajos que se debían emprender en cada mes del año y que todo estaba presidido por el dios Sol. La cristianización de esta composición se producirá cuando el dios Sol sea identificado con la figura de Cristo como «Sol de Justicia» y «Señor del Universo», tal y como se encuentra en el tapiz de Girona, datado aproximadamente a finales del siglo XI.10

10. Evidentemente, esta figura masculina tiene su relación con los dioses de la mitología antigua, concretamente con Saturno y Cronos, los cuales presidían el paso de los años. Saturno, o el dios griego Cronos, es el más joven de los titanes y se le relaciona con el Tiempo. Es hijo de Urano (el Cielo) y de Gea (la Tierra), y padre de Júpiter (o Zeus), según la mitología griega.

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Tras la importancia de la representación de los calendarios en época carolingia, fue a partir de los siglos XI y XII cuando en las fachadas de las iglesias y catedrales românicas y góticas se encuentran representaciones del tiempo astrológico, agrario y litúrgico. Se trata de unos conocimientos que el hombre medieval debía conocer, dichos espacios reunían los principales saberes de la época: en la parte media-superior se situaban las escenas de la vida de Cristo y los santos, mientras que en la parte inferior, los conocimientos o enseñanzas profanas, tales como los meses del año o los signos del Zodíaco. Un ejemplo de época gótica de esto es el friso corrido de la parte inferior del portal norte de la fachada occidental de la catedral de Amiens, donde se representan dentro de unos espacios polilobulados unas escenas alusivas a los trabajos agrícolas de los meses en correspondência con los signos del Zodíaco [Fig. 4]. La particularidad del portal norte es que los signos del Zodíaco se han ordenado acorde con la disposición del sol, es decir, los meses de enero a junio, los invernales, en la parte norte del portal, mientras que los estivales, de julio a diciembre, aparecen en la zona sur. Es interesante subrayar que este friso es común en los tres portales, lo que proporciona una gran unidad a toda la composición de la fachada. Y como fue habitual en la Edad Media, las escenas de tipo profano se unen con las religiosas, en este caso, los portales central y sur contemplan escenas alusivas a la infancia de Cristo y a la vida del rey Salomón.11 Una de las consecuencias de estas representaciones en las grandes fachadas góticas es el aumento del número de escenas religiosas y profanas, la complejidad de los elementos y, por tanto, también su significado. Las representaciones del calendario o, para ser más precisos, de los signos zodiacales, en las portadas escultóricas tuvieron un especial significado en los baptisterios, debido a la asociación del edificio con la idea de salvación que proporciona la gracia del bautismo, en clara alusión al fatum y a los signos astrológicos que en la Antigüedad se pensaban regían el destino de los hombres. Resulta por ello interesante recordar los magníficos relieves románicos con los trabajos de los meses tallados por Benedetto Antelami y su taller para el baptisterio de la catedral de Parma o la decoración en mosaicos del mismo tema en el baptisterio de Florencia.

11. WILLIAMSON, Paul. Escultura gótica, 1140-1300. Madrid: Cátedra, pp. 217-224. El autor, además, considera de una calidad exquisita la confección de estos relieves que estaban situados a la altura de los ojos del fiel, lo que hacía que se convirtiesen en auténticas enciclopedias medievales del conocimiento y en espacios de la enseñanza de los clérigos.

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Existen, además, otros espacios secundários donde los signos del Zodíaco y la representación de los meses del año ha tenido cierto protagonismo, nos referimos a la decoración interior de los claustros, concretamente a las claves de las bóvedas, o a la decoración mural de un panteón. Como parte del conocimiento medieval y en convivência con las escenas religiosas, cualquier parte de una iglesia o catedral es susceptible de mostrar estas composiciones de signo profano. Por ello, es posible encontrar la representación de los meses del año en las claves del claustro de la catedral de Pamplona, datadas en la primera mitad del siglo XIV, o en la decoración mural en las bóvedas del Panteón regio de san Isidoro de León, acompañando a los ciclos de la infancia de Cristo, la Eucaristía, la Pasión y Muerte de Cristo.

La culminación de este fenómeno artístico y la identificación del tiempo profano y el religioso en una misma representación data del siglo XIV, con la aparición de la devotio moderna y la proliferación de los libros de horas, en los que se unen las formas profanas y religiosas conocidas de medir el tiempo, además de escenas religiosas de la vida de Cristo o la Virgen, no solo en el mismo manuscrito, sino también en la misma página.12 Si los eclesiásticos siempre habían tenido acceso a los calendarios litúrgicos a través de los manuscritos de uso religioso, tales como los sacramentarios y misales, breviarios y diurnales, salterios, ordinales y ‘libros de horas’, la difusión del año o calendário litúrgico a un número considerable de fieles se produce a partir de los ‘libros de horas’.13 La gran peculiaridad de los ‘libros de horas’ y por lo que resultan tan interesantes en este trabajo es la pervivencia en estos manuscritos de representaciones religiosas del año litúrgico y del año natural a través de iluminaciones de tipo profano, es decir, el ciclo astronómico y el agrario. Los ‘libros de horas’ tenían como finalidad enseñar las oraciones de las horas, días y meses del año litúrgico.14 Este tipo de manuscritos, que ahora estaba al alcance de un gran número de laicos, generalmente de clase media y alta, proporcionaba los conocimientos necesarios para conocer el paso de tiempo. El êxito de este tipo de libros radica en que, además de como calendarios, y gracias a la doble paginación, los libros de horas también proporcionaban, de un golpe de vista, una rica información sobre la devoción y ritos cristianos: los datos necesarios para calcular la Pascua de Resurrección de cada año (de la que dependen otras fiestas móviles del año litúrgico), las festividades mayores y menores, el santoral, los días de la semana a través de sus iniciales, el ciclo lunar mensual de 28 días, y el número áureo de los 19 ciclos lunares, la duración aproximada del día y la noche de cada mes según las horas del sol, y así los rezos diarios de los que dependían las horas canónicas, una miniatura solía representar las actividades agrarias de cada mes y su signo del Zodíaco e, incluso, en algunos libros se encuentran refranes o provérbios con los que afrontar los cambios del tiempo sin riesgo para la salud o el bienestar [Figs. 5 y 6]. Además de la información propia de los libros de horas se incluyen las escenas más importantes del Nuevo Testamento, de la historia de la Salvación, que ayudan al fiel en su oración y le ilustran aquellos pasajes que narran la vida de Cristo y la Virgen.15 Evidentemente, esto tenía como finalidad acercar la liturgia cristiana a la vida cotidiana y poner al alcance de cualquier fiel las ceremonias y actividades del año litúrgico, reser vadas hasta este momento a los eclesiásticos. Como culminación de la unión entre tiempo profano y religioso, procedente de una antigua tradición astronómica, en los ‘libros de horas’ se encuentran representaciones del ser humano como una imagen del universo, donde se presentan los elementos de la naturaleza y los signos del Zodíaco [Fig. 7].

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Las muy ricas horas del duque de Berry

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12. La forma en que los libros expresan la relación con el tiempo es más sistemática y ordenada, quizás por ello los calendarios tuvieron en los libros de horas uno de sus momentos de máxima expresión. Además, el hecho de considerar a los libros como objetos intelectuales, al alcance de ciertas personas, conecta con el valor del tiempo, como parte de las reflexiones que solo el texto puede explicar claramente.
13. Según los casos, cada uno de ellos adoptó un calendario diferente acorde con las devociones más significativas de la región, lo que implicó la aparición de los llamados «usos», calendarios de fiestas, devociones y ceremonias de una zona. Estos detalles son especialmente interesantes para el historiador actual puesto que le permiten identificar la procedencia de los manuscritos y el uso litúrgico para el que fue encargado. Hay que destacar que igualmente un buen número de obituarios se construyen a partir del calendario litúrgico, generalmente con la fecha y su localización en el manuscrito.
14. Los elementos esenciales de los libros de horas son el calendario, el Oficio de la Virgen, los salmos penitenciales, las letanías, los sufragios y el Oficio de los Difuntos, mientras que el leccionario de los evangelios puede considerarse como una pieza secundaria dentro del contenido de los libros de horas. El núcleo era el Oficio de la Virgen, o Officium Parvum, alrededor del cual se agrupaba el resto de elementos que contenía el libro de horas. La ilustración de los textos se basaba en la representación de los pasajes más importantes de la vida de la Virgen y la Pasión de Cristo, en relación a cada una de las horas canónicas. Los libros de horas, generalmente de pequeño tamaño y destinados a la individualidad, eran invitaciones a la piedad personal, mientras que los libros litúrgicos tenían un carácter más solemne, de uso más frecuente por los clérigos y destinados a ceremonias colectivas. GARÍN ORTIZ DE TARANCO, Felipe. Un libro de horas del conde-duque de Olivares. Estudio del códice brujense del Real Colegio de Corpus Christi, en Valencia, y de la ilustración europea de su tiempo. Valencia: Diputación de Valencia, Institución Alfonso el Magnánimo, 1951, pp. 80-83; SERRA DESFILIS, Amadeo. «Libro de horas del Colegio del Corpus Christi de Valencia», en Libro de horas de Felipe el Hermoso. Valencia: Millennium Word Codex, 2002, pp. 169-301.
15. Cada evangelio solía estar precedido de una página de identificación y división que facilitaba al lector la búsqueda de determinados pasajes o el rezo de la oración de ese día.

En cuanto a la evolución formal y estilística de la representación del calendario litúrgico y profano hay que indicar la gran ruptura que se produce alrededor del año 800 con la aparición de los calendarios carolingios, basados en antiguas copias o reproducciones romanas, que intentan no solamente recuperar esta información y estructura calendárica sino también proporcionar cierta naturalidad a las escenas y espacios figurados. Se abandona la pasividad y el carácter simbólico y alegórico de los personajes en pro de un mayor número de personajes, una participación más activa de las figuras en las tareas agrícolas y, en definitiva, un grado superior de realismo en la representación de los meses del año y los signos zodiacales. La influencia que ejercieron las esculturas que se confeccionaron en las portadas y fachadas de las iglesias y catedrales se debe al aumento del marco arquitectónico, lo que modificó el esquema inicial del manuscrito por unas composiciones más amplias y complejas que permitían el juego y relación de significados y significantes como uno de los espacios de conocimiento y enseñanza medieval más cercanos al fiel.17 Por último, durante el siglo XIV y XV el influjo que ejercieron las ilustraciones de los libros de horas tuvo como consecuencia el mayor naturalismo de las composiciones, donde los protagonistas en muchas ocasiones no son los campesinos sino los nobles y burgueses del momento, mecenas de estas obras. Las palabras de Jacques Le Goff al recordar la nueva importancia del campesino y del burgués dentro de la jerarquía social bajomedieval cobra relevancia. Quizás uno de los libros de horas más significativos sean las ilustraciones de los trabajos de los meses y signos zodiacales de las Muy ricas horas del duque de Berry, donde los protagonistas de las escenas son principalmente los campesinos y en algunas escenas los nobles o miembros de la corte del duque de Berry. Por ejemplo, el banquete característico del mes de enero está protagonizado por los familiares y miembros de la corte del duque de Berry y, como fondo, uno de sus castillos, en una mesa preparada con todo lujo de detalles y elementos realistas que proporcionan una imagen de los ágapes de la famosa corte francesa de los Valois. De hecho, dicha celebración se ha relacionado con el «día de los aguinaldos», donde, en la gran sala del palacio de Bourges, el duque entregaba y recibía regalos de sus amigos y familiares [Fig. 8]. La naturalidad y realismo de esta ilustración está muy lejos de los escuetos y sucintos banquetes de época románica, donde una mesa con escasas viandas acompaña al único personaje que aparece en la representación.

©Photo. R.M.N. / R.-G. OjŽda

Representación del mes de enero

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17. Aunque todavía en algunos casos se mantienen ciertas alegorías propias del mundo antiguo, tales como el mes de abril, relacionado con la primavera como renacimiento de la naturaleza, representado por la dualidad de una figura femenina y otra masculina, y en ambos casos, diosa y dios de la naturaleza y la vegetación propia de este mes. Esta doncella de la primavera es un claro símbolo a la Flora romana, mientras que el príncipe de la primavera se relaciona con «Robigus», espíritu símbolo del crecimiento vegetativo que tiene su celebración el 25 de abril. PÉREZ HIGUERA , María Teresa. Op. cit., p. 109.

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Conclusión

La religión cristiana se sirvió de los calendarios del tiempo profano, tales como los ciclos agrarios o lunares, para organizar la práctica de la devoción cristiana a través de la división de los días, meses y años, acorde con los solsticios, equinoccios, los idus y nonas de época romana como medios para datar las grandes solemnidades o la práctica diaria de la fe. El afán del cristianismo por racionalizar el tiempo humano a partir de los fenómenos astronómicos y agrarios y su identificación con el tiempo teológico tenía el propósito de controlar la naturaleza y favorecer la subsistencia organizada del hombre. La culminación de este proceso en el siglo XIV y XV con la aparición de los libros de horas y los breviarios pretendía marcar las horas, meses y años de los hombres a partir de la oración y el conocimiento del año litúrgico.

Son excepcionales las representaciones de los meses del año en ciclos pictóricos murales, y posiblemente las exigencias y la elección de estos temas por parte de los clientes sea la causa de estos ejemplos: pinturas de la Torre Aquila en Trento, o el Palazzo Schiffanoia en Ferrara, aunque es posible indicar que durante la Edad Media la evolución de la representación del tiempo profano y litúrgico estuvo influida por el soporte material; desde el manuscrito de época carolingia, a las portadas de las iglesias y catedrales, a los manuscritos de los siglos XIII, XIV y XV, a finales de la Edad Media. A pesar de la convivencia durante toda la Edad Media de las representaciones del tiempo profano y el tiempo litúrgico, no existe una identificación o relación formal entre un tipo de escenas y otras. Sobre la representación del tiempo profano es posible apreciar unos cambios según el tipo de soporte y la amplitud del espacio de representación, además de una mayor complejidad conforme avanza la Baja Edad Media, mientras que iconográficamente las grandes escenas de la vida de Cristo y la Virgen se mantienen bastante estables, quizás por la voluntad de la Iglesia de garantizar y facilitar la identificación de estas imágenes.

Durante la Edad Media el calendario litúrgico no fue un manuscrito autónomo e independiente, sino que formaba o complementaba a otro tipo de contenidos de tipo religioso destinados principalmente a los eclesiásticos. La difusión del calendario litúrgico a los laicos tuvo lugar a partir de los ‘libros de horas’, y así también la difusión de este tipo de ilustraciones profanas y religiosas entre los fieles. Por ejemplo, uno de los manuscritos calendáricos más importantes, como es el de Suabia, conservado en la Württembergische Landesbibliothek de Stuttgart y datado alrededor de 1180, es también martiriológico, en un intento de unificar las fiestas cristianas de los principales santos y mártires con los trabajos agrarios y épocas anuales. Lo curioso e interesante a la vez de este fenómeno es que el estudio actual de los libros de horas se traduce generalmente en el análisis del calendario agrario o astrológico, sin atender a la amplitud de ilustraciones y conocimientos que transmite el manuscrito.

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