Astrologia na Ciência e Filosofia

Sabiduría y Astrología

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Sabiduría y Astrología

Biografía Vital

Dominicus Gundissalinus o Gundisalivus, llamado también Domingo Gundisalvo o Domingo Gonzalo (Segovia, h. 1110 – Toledo, 1181), traductor y filósofo, primer director de la Escuela de traductores de Toledo. Hizo carrera eclesiástica en su Segovia natal, llegando a ser arcediano (archidiácono) y miembro del cabildo de la Catedral. Además de Avicena, destacó por la traducción al latín del Fons vitaede Avicebrón y de numerosas obras de al-Farabi y de Algazel.

También fue autor de diversos tratados, especialmente cercanos a la interpretación que los pensadores musulmanes habían hecho de Aristóteles y al neoplatonismo aviceniano. En De divisione philosophiae, que sigue un texto similar de al-Farabi, clasifica los saberes en divinos – aquellos que se fundamentan en la revelación – y humanos – fundamentados en la razón -. A estos últimos aplica una nueva división, traída de las obras de san Isidoro de Sevilla, entre teóricas – ciências – y prácticas – artes -. En De inmortalitate animae y De anima sigue las ideas de Avicebrón y adelanta las conclusiones a las que llegaría santo Tomás de Aquino unas décadas después, defendiendo la supervivência del alma individual tras la muerte e identificándola con la “esencia” del aristotelismo. Quizá su obra más importante sea De unitate, obra plenamente aristotélica, en la que formula la composición de cada ente por materia y forma, dándole a la primera la función de soporte individualizador. En esta obra vuelve a adelantarse al tomismo, planteando la conciliación de unicidad y diversidad; por otra parte, frente a la participación en el ser que desarrollaría santo Tomás, Gundisalvo plantea que los entes son emanaciones del ser en sí (Dios) en diversos grados de perfección, inteligencias o ángeles, almas inmortales y seres mortales.

Gundisalvo fue uno de muchos cristianos del siglo XII que estaba descubriendo las riquezas de la erudición científica y filosófica cultivada en la España musulmana, hasta entonces, desconocida en el Occidente Cristiano.

Al-farabi era Sufi. Él como otros grandes estudiosos como Algazel, (defensor de la ortodoxia islámica) sostenía la opinión de que la Astrología era parte de las ciencias naturales. Pero mientras las otras ciencias naturales podrían enseñarse lógicamente y aprehenderse racionalmente, con la Astrología no ocurriría lo mismo, tenía un estatus especial. Se la consideró no disciplinaria, es decir, requería virtudes espirituales especiales. Al-farabi dice que estas virtudes son como la virtud de interpretar, empleada en otras artes adivinatorias (por ejemplo los augurios).

Los Antiguos así como los filósofos medievales dejaron claro que tal virtud interpretativa no era común. No todos la tenemos en igual medida. Es un conocimiento superior a lo normal, el conocimiento mundano (o ciencia), es fruto de gnosis o sabiduría; y la sabiduría, es un don divino.

Sólo necesitamos referirnos a textos sagrados como la Biblia.

En Proverbios 4:7 leemos, “la Sabiduría es lo principal; por tanto alcanza la sabiduría: y con todo ello logra llegar a comprender”.

En Proverbios 16:15, “Más vale adquirir la sabiduría que el oro, y adquirir inteligencia es preferible a la plata!” De hecho, dos libros completos del Viejo Testamento Apócrifo se consagran a la sabiduría: El Libro de la Sabiduría de Salomón y el Eclesiastés. Ambos libros se encuentran en la Vulgata latina e incluidas en la edición original de la Biblia de la Versión del Rey Jaime (KJV).

La sabiduría en Platón es la virtud que purga el alma del error (Fedro 79.7); qué la lleva de la oscuridad a la luz y le permite mirar al verdadero ser (República 7.518); es un regalo de Dios de quien es el atributo peculiar y prerrogativa (Fedro 278.D; República 7. 519 A; Teeteto 176).

Según Tomas de Aquino “Ser sabio es conocerse y conocer a Dios.” Él constantemente señala a Éxodo 3: “YO SOY QUIEN SOY,” como la realidad clave que subyace en ambas. Somos una realidad – no es el concepto de ser lo importante, si no la realidad de ser. En Dios, ser y existir están unidos. Todos las cosas creadas reciben su ser de Dios – ése es su ser real – como la materia (cuerpo) y forma (alma).

Para el astrólogo estas palabras y la comprensión fundamental que nos traen a cada uno de nosotros, se convierten en más profundas cuando leemos paralelamente que son las constelaciones y las estrellas las que llevan la Palabra Creativa. Refiriéndose de nuevo a un texto sagrado que subyace en la raíz de nuestra civilización, el Salmo 19 versos 1-6 nos dicen: “Los cielos declaran la gloria de Dios”.

Es decir, el cielo estrellado es como una cúpula contra la que se sigue el camino del Sol (la eclíptica). El Sol (y los otros planetas) transitan a través de los signos del Zodíaco, dando lugar a una articulación dócuple del universal “YO SOY”, especificando las formas de las cosas. Así las Ideas de las cosas devienen como imágenes, iconos o formas que consecuentemente se visten en la materia de la Naturaleza. Debido a la incapacidad de la materia de sostener perfecta y pacientemente la forma celestial, las cosas del mundo material eventualmente abandonan (renuncian) a sus formas, que vuelven a su fuente celestial y finalmente a su origen supercelestial en la Palabra, esta progresión y retorno es representado por una rueda.

Quizás es debido a esta rueda-universal, como progresión y retorno, que Jacob Boehme (1575-1624), nos dice que no podemos entender el mundo natural sin referencia al mundo espiritual. Esta comprensión reitera nuestro tema central: la necesidad de unir los dos en un todo.

Más bien son los principios, leyes y seres del reino supercelestial al que asistimos; es decir, la Sabiduría detrás de los fenómenos celestiales.

La Astrología sin Sabiduría está condenada, psicológicamente hablando, a una obsesión narcisista sobre las idiosincrasias de uno. El camino a la Sabiduría queda en la dirección de lo universal, no de lo particular. La sabiduría es “la capacidad de juzgar debidamente asuntos que relacionan vida y conducta, entereza de juicio en la elección de médios y fines”.

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Astrología Medieval

La astrología medieval es la Astrología practicada aproximadamente desde el 750 DC hasta el Renacimiento, hacia 1500 DC, primeramente por los astrólogos Árabes y Persas; después (alrededor del 1100) por astrólogos de Europa Occidental y astrólogos del Imperio Bizantino (en Oriente).

En el siglo séptimo DC, los Árabes Musulmanes conquistaron el Oriente Medio, y hacia el 711 habían extendido su imperio desde la Península Ibérica hasta la India. Sin embargo, en el siglo octavo los gobernantes árabes del mundo musulmán animaron a su intelectualidad a aprender griego y absorber la erudición científica de los griegos, persas, e indios. De esta manera, la astrología griega, junto con otras ciencias, entraron a formar parte de la ciencia árabe islámica. (En los territorios musulmanes, el idioma dominante era árabe, por lo que hablamos de astrología árabe).

Durante seiscientos años aproximadamente (500 – 1100 DC) la práctica de la astrología fue estrictamente restringida en el mundo latino de Occidente. Después, alrededor del 1100 en Occidente despertó la necesidad por la ciencia, como había ocurrido con los musulmanes en el siglo octavo. El resultado fue un renacimiento del interés por la Astrología en el Occidente Latino.

La astrología medieval, aunque madre de la astrología moderna, difiere de ésta en varios aspectos fundamentales:

– Sólo se usan los siete planetas visibles, los Nodos Norte y Sur de la Luna y las estrellas fijas.

– Sólo se usan los aspectos Ptolemaicos (conjunción, oposición, sextil, cuadrado y trino).

– Se usan las Partes árabes.

– En tanto la astrología moderna usa sólo dos dignidades (Regencia y Exaltación), la astrología medieval usa cinco Dignidades (Regencia, Exaltación, Triplicidad, Término y Faz o Decanato).

– Hay reglas muy específicas que guían la delineación.

– Hay técnicas predictivas que no se utilizan en la astrología moderna.

– La astrología medieval es astrología predictiva.

– Difiere de la astrología moderna en su casi total falta de psicología.

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Fundamentos Filosóficos

La astrología medieval es un Arte oculto en el verdadero sentido. Lo sobrenatural es lo que permanece oculto. Las causas de la influencia astrológica (lo que hace que funcione) permanece oculto.

Sus fundamentos filosóficos se encuentran en el Hermetismo y el Neoplatonismo; sobre todo en las tradiciones Neoplatónicas árabes y judías. Las enseñanzas Herméticas se refieren al Hombre como un ser doble. Su parte material, está gobernada por el destino. Su parte divina es libre. Quien quiera liberarse del destino debe cultivar la última. Éste es el centro de la Sabiduría Hermética.

Desde la perspectiva de la astrología medieval, el carácter de un individuo, el comportamiento y por lo menos los contornos generales de su vida, se perfilan exactamente en el mapa natal. La historia de su vida está toda allí, el mapa natal es la constelación “personal” que de algún modo está en nosotros, trabajando desde dentro hacia fuera. Es la red o tejido invisible particular, de acuerdo a la disposición de los planetas, estrellas, luminares (Sol y Luna), dispuestos en los signos zodiacales, que se expresa en el momento del nacimiento de un individuo. A su vez, actúa recíprocamente con el cielo externo, vinculando lo interior y lo exterior. Paracelso (1493? -1541) reconoció este hecho, cuando habla del “cielo del microcosmos” y el “cielo del macrocosmos.”

La práctica de la delineación astrológica medieval y la aplicación de sus técnicas predictivas, deja claro que los gnósticos y los místicos estaban en lo cierto. Nuestra constelación, es nuestra prisión espiritual y la astrología natal es meramente el plano de esa prisión. Espiritualmente, todo lo que uno puede esperar a ese nivel es reconocer dónde encontrar la salida, la ruta de escape.

La Astrología en si, no le sacará de la prisión. Ése es asunto de la religión, la filosofía y las prácticas espirituales. Lo qué la Astrología puede hacer es describirle por adelantado las características de su vida.

Si postulamos que el futuro es predecible, también asumimos el destino y que las personas actúan de una manera predecible. ¿Pero que entendió por esto el astrólogo medieval?

En la antigüedad se concebía que el cosmos (entendido como el mundo en el que vivimos) estaba gobernado por leyes que operaban con una precisión matemática. Estas leyes eran parte de una ley mayor, la voluntad de Dios o Ley.

En estado no-regenerado, el hombre estaba bajo la influencia de la Necesidad y limitado por el Destino, o lo que es lo mismo, estaba limitado por las leyes naturales y las leyes humanas (Iglesia o Rey). Limitado por tales leyes, su comportamiento se consideraba predecible. Las leyes de su sociedad y su clase social, le confinaban a un papel específico, social y profesionalmente, a un papel marcado por su género.

El Liber Hermetis nos muestra que el astrólogo creía que podía señalar en un horóscopo, si el nativo “evolucionaría” o “se degradaría” en esta vida. El momento del nacimiento le da a un individuo unas cualidades únicas. Su horóscopo de nacimiento determina su destino individual y específico, teniendo en cuenta su clase, entorno social y su raza.

*Si comprendemos lo que implican las consideraciones anteriores, podemos llegar a conclusión de que el destino del individuo tiene distintos estratos. Por un lado tenemos nuestro propio destino, el destino de la sociedad o el entorno social al que pertenecemos (puede ser la familia, el clan, la ciudad o la nación) y, finalmente tenemos el destino de la humanidad.

Según la astrología medieval, este arte es una Sophía Celestis o sabiduría celestial. Su estudio concede la habilidad de predecir el futuro (entendido como el despliegue de un mapa de ruta). La astrología medieval no es solamente un sistema de adivinación, ni un sistema desprovisto de importancia espiritual. Es la adivinación en el sentido antiguo y verdadero, el arte de “comunicar con lo divino”. Por esta razón Firmicus Maternus en su Mathesis, afirma que el estudio y la práctica de la Astrología crean el culto a lo divino y la religión.

La astrología medieval es la aplicación práctica de los puntos de vista neoplatónicos y la filosofía hermética. En Astrología esto implica conocer los principios de la Astrología (que son eternos) y comprender su relación con la Voluntad de Dios y los medios por los qué la Voluntad Divina se manifiesta en este mundo.

La tradición occidental sostiene que mediante la contemplación de los cielos y el glorioso despliegue del número y la geometría, se sugirió a los hombres los principios de un orden y la forma de hacer mediciones generó el arte de la Astrología.

Platónicamente hablando, la sabiduría superior es Ideal y consiguientemente invisible; la sabiduría inferior se manifiesta mediante nuestros trabajos, que todos podemos ver. Así la sabiduría superior se encuentra reflejada en el cielo. Nosotros debemos buscar, real y metafóricamente, como Platón repetidamente nos dice, en el estudio de los cielos, mediante el que nosotros aprendemos los princípios eternos de la sabiduría superior. El también nos dice en la República y en el Epinomis que lo que buscamos son las leyes (Iogoi) del cielo, no un análisis de la base material de los planetas y las estrellas.

La sabiduría astrológica esotérica de los antiguos afirmaba que mediante la admiración del cielo nos introducimos en los misterios de la existencia, las leyes de la creación del macrocosmos y el conocimiento del Ego. El ego que intentamos comprender es el Ego Universal. Este Ego Macrocósmico o Universal es el Hombre que fue hecho a imagen de Dios. Es el ser andrógino de las grandes literaturas esotéricas del mundo, “la fuente de la que todo proviene”. Es el “Hombre” medida de todas las cosas. En la tradición astrológica se conoce como Arquetipo o Zodíaco.

Contiene lo masculino y lo femenino, los elementos y los caminos de los siete planetas. El Zodíaco representa, para nosotros, el principio eterno del que proviene todo. El alfa y el omega de toda la existencia, el modelo de toda la creación.

Las doctrinas esotéricas nos dicen que la Dignificación consiste en educar a nuestro ser, mientras todavía está sometido al cuerpo, en el conocimiento eterno. Por ese conocimiento nos hacemos libres. Su libertad consiste en no dejarse gobernar o torturarse a causa del cuerpo o los tormentos psicológicos que frecuentemente acompañan la adversidad. El tiene esa libertad porque sabe que él no es esas cosas. La sabiduría superior nos libera al decir, “el principio de la sabiduría es el temor del señor”. El miedo al que se refiere puede ser el temor a ponernos en el curso correcto.

Actualmente se dice que todo lo que uno necesita hacer para alterar el destino de uno mismo, es emplear “la imaginación activa”. El punto de vista medieval es que la naturaleza de un individuo no cambia. Por tanto, es improductivo pretender alterar éste o ese aspecto de la personalidad de uno, con la que no se siente bien, o lo que es lo mismo, es improductivo pretender ser algo que no somos.

El único cambio posible para nosotros es la Dignificación, es por lo que sacrificaremos nuestros egos y vislumbramos nuestro verdadero Ego (aceptación incondicional). No podemos tratar de arreglar una parte de nuestro ser o todo nuestro ser, porque nos resulta imposible controlarlo (en todo caso nos torturamos intentando cambiarnos). La verdad es que no actuamos, somos uno mismo con la maquinaria del cosmos que actúa en nosotros. Si fuera verdad todo lo que hoy se afirma, por ejemplo “usted puede ser cualquier cosa que se proponga” entonces nadie seguiria siendo lo que es. La clave está en lo que nos hace reconocibles, y eso es inmutable en nosotros. Es nuestro carácter.

“Nuestro carácter no cambia, ni lo hace nuestro destino. Lo único que puede cambiar es nuestra comprensión de ambos”.

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The Mercury Clock of the Libros del Saber

Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada

René Guénon

Compilación póstuma establecida y presentada por Michel Vâlsan

Símbolos del Centro y del Mundo

XIII – El Zodiaco y los Puntos Cardinales

En un libro sobre las castas, A. M. Hocart señala que “en la organización de la ciudad, los cuatro grupos están situados en los diferentes puntos cardinales dentro del recinto cuadrangular o circular”; esta repartición, por lo demás, no es peculiar de la India, sino que se encuentran de ella numerosos ejemplos entre los más diversos pueblos; y, lo más a menudo, cada punto cardinal se pone en correspondencia con uno de los elementos y una de las estaciones, así como con un color emblemático de la casta situada en él. En la India, los brahmanes ocupaban el norte, los kshátriya el este, los vaiçya el sur, y los çúdra el oeste; había, así, una división en “cuarteles” en el sentido propio de esta palabra, la cual, en su origen, designa evidentemente el cuarto de una ciudad, aunque en el uso moderno esta significación precisa parece haber sido olvidada más o menos completamente. Va de suyo que esta repartición está en relación estrecha con la cuestión de la orientación en general, que, para el conjunto de una ciudad como para cada edificio en particular, desempeñaba, según es sabido, un papel importante en todas las antiguas civilizaciones tradicionales.

Empero, A. M. Hocart se ve en dificultades para explicar la situación propia de cada casta; y esta perplejidad, en el fondo, proviene únicamente del error que comete al considerar la casta real, es decir, la de los kshátriya, como la primera; partiendo, entonces, del este, no puede encontrar ningún orden regular de sucesión, y especialmente la situación de los brahmanes en el norte se hace por completo ininteligible. Al contrario, no hay dificultad ninguna si se observa el orden normal, es decir, si se comienza por la casta que es en realidad primera, la de los brahmanes; es menester, entonces, partir del norte y, girando en el sentido de la pradákshínâ* se encuentran las cuatro castas en un orden sucesivo perfectamente regular; no resta, pues sino comprender de modo más completo las razones simbólicas de esa repartición según los puntos cardinales.

* Pradákshinâ: en la tradición hindú, circunvolución ritual de izquierda a derecha.

Tales razones se fundan esencialmente en el hecho de que el plano tradicional de la ciudad es una imagen del Zodiaco; y se encuentra inmediatamente así la correspondencia de los puntos cardinales con las estaciones; en efecto, como lo hemos explicado en otra oportunidad, el solsticio de invierno, corresponde al norte, el equinoccio de primavera al este, el solsticio de verano al sur, y el equinoccio de otoño al oeste. En la división en “cuarteles” o “barrios”, cada uno de éstos deberá, naturalmente, corresponder al conjunto formado por tres de los doce signos zodiacales: uno de los signos solsticiales o equinocciales, que pueden llamarse signos “cardinales”, y los dos signos adyacentes a él. Habrá, pues, tres signos comprendidos en cada “cuadrante” si la forma del recinto es circular, o en cada lado si es cuadrangular; esta segunda forma es, por otra parte, más apropiada para una ciudad, porque expresa una idea de estabilidad que conviene a un establecimiento fijo y permanente, y también porque aquello de que se trata no es el Zodiaco celeste mismo, sino solo una imagen y como una suerte de proyección terrestre de él. A este respecto, recordaremos incidentalmente que, sin duda por razones análogas, los antiguos astrólogos trazaban sus horóscopos en forma cuadrada, en la cual cada lado estaba ocupado también por tres signos zodiacales; volveremos a encontrar esta disposición, además, en las consideraciones que siguen.

Según lo que acabamos de decir, se ve que la repartición de las castas en la ciudad sigue exactamente la marcha del ciclo anual, que normalmente comienza en el solsticio de invierno; cierto es que algunas tradiciones hacen principiar el año en otro punto solsticial o equinoccial, pero se trata entonces de formas tradicionales en relación más particular con ciertos períodos cíclicos secundarios; la cuestión no se plantea para la tradición hindú, que representa la continuación más directa de la tradición primordial y que además insiste muy especialmente en la división del ciclo anual en sus dos mitades, ascendente y descendente, las cuales se abren, respectivamente, en las dos “puertassolsticiales de invierno y verano, punto de vista que puede llamarse propiamente fundamental a este respecto. Por otra parte, el norte, considerado como el punto más elevado (úttara) y correspondiente también al punto de partida de la tradición, conviene naturalmente a los brahmanes; los kshátriya se sitúan en el punto inmediato siguiente de la correspondencia cíclica, es decir, en el este, lado del sol levante; de la comparación de ambas posiciones, podría inferirse legítimamente que, mientras que el carácter del sacerdocio es “polar” el de la realeza es “solar”, lo cual se vería confirmado también por muchas otras consideraciones simbólicas; y quizá, incluso, ese carácter “solar” no deje de estar en relación con el hecho de que los Avatára de los tiempos “históricos” procedan de la casta de los kshátriya. Los vaiçya, ubicados en el tercer lugar, se sitúan en el sur, y con ellos termina la sucesión de las castas de los “nacidos dos veces”; no queda para los çûdra sino el oeste, que en todas partes se considera como el lado de la oscuridad.

Avatâra: en la tradición hindú, descenso de un dios, que asume forma humana, para restaurar el orden cíclico.

Todo esto es, pues, perfectamente lógico, a condición de no engañarse sobre el punto de partida que conviene tomar; y, para justificar más completamente el carácter “zodiacal” del plano tradicional de las ciudades, citaremos ahora algunos hechos aptos para demostrar que, si la división de éstas respondía principalmente a la división cuaternaria del ciclo, hay casos en que está netamente indicada una subdivisión duodenaria. Tenemos un ejemplo en la fundación de ciudades según el rito recibido por los romanos de los etruscos: la orientación estaba señalada por dos vías ortogonales: el cardo, dirigido de sur a norte, y el decumanus, de oeste a este; en las extremidades de ambas vías estaban las puertas de la ciudad, que se encontraban así ubicadas exactamente en los cuatro puntos cardinales. La ciudad quedaba dividida de este modo en cuatro cuarteles o arrios, que empero, en este caso, no correspondían precisamente a los puntos cardinales, como en la India, sino más bien a los puntos intermedios; va de suyo que debe tenerse en cuenta la diferencia de las formas tradicionales, que exige adaptaciones diversas; pero el principio de la división no deja por ello de ser el mismo. Además, y éste es el punto que interesa destacar ahora, a esa división en cuarteles se superponía una división en “tribus”, es decir, según la etimología de esta palabra, una división ternaria; cada una de las tres “tribus” comprendía cuatro “curias”, repartidas en los cuatro cuarteles, de modo que, en definitiva, se tenía una división duodenaria.

Otro ejemplo es el de los hebreos, citado por el propio Hocart, aunque la importancia del duodenario parece escapársele: “Los hebreos —dice— conocían la división social en cuatro sectores; sus doce tribus territoriales estaban repartidas en cuatro grupos de tres tribus, una de ellas principal: Judá acampaba al este, Rubén al sur, Efraím al oeste y Dan al norte. Los Levitas formaban un círculo interior en torno del Tabernáculo, y estaban también divididos en cuatro grupos situados en los cuatro puntos cardinales, con la rama principal al este”. A decir verdad, aquí no se trata de la organización de una ciudad sino originariamente de un campamento y más tarde de la repartición territorial de todo un país; pero, evidentemente, ello es indiferente para el punto de vista en que aquí nos situamos. La dificultad para establecer una comparación exacta con lo que existe en otra parte proviene de que no parecen haberse asignado nunca funciones sociales definidas a cada tribu, lo que no permite asimilarlas a castas propiamente dichas; empero, al menos en un punto, puede notarse una similitud muy neta con la disposición adoptada en la India, pues la tribu real, la de Judá, se encontraba igualmente situada al este. Por otra parte, hay también una diferencia notable: la tribu sacerdotal, la de Leví, que no se contaba en el número de las doce, no tenía lugar en los lados del cuadrilátero y, consecuentemente, no debía serle asignado luego ningún territorio propio; su situación en el interior del campamento puede explicarse por el hecho de que estaba expresamente destinada al servicio de un santuario único, el Tabernáculo primitivamente, cuya posición normal era el centro. Como quiera que fuere, lo que aquí importa es la comprobación de que las doce tribus estaban repartidas de a tres en los cuatro lados de un cuadrilátero, lados situados respectivamente hacia los cuatro puntos cardinales; y es bastante sabido que había, en efecto, una correspondencia simbólica entre las doce tribus de Israel y los doce signos del Zodíaco, lo que no deja dudas sobre el carácter y el significado de tal repartición; agregaremos solo que la tribu principal, en cada lado, corresponde manifiestamente a uno de los cuatro signos “cardinales” y las otras dos a los dos signos adyacentes.

Si ahora nos remitimos a la descripción apocalíptica de la “Jerusalén celeste”, es fácil ver que su plano reproduce exactamente el del campamento de los hebreos, del que acabamos de hablar; y, a la vez, ese plano es también idéntico a la figura horoscópica cuadrada que mencionábamos antes. La ciudad, que en efecto está construida en cuadrado, tiene doce puertas, sobre las cuales están escritos los nombres de las doce tribus de Israel; y esas puertas se reparten de la misma manera en los cuatro lados: “tres puertas a oriente, tres a septentrión, tres a mediodía y tres a occidente”. Es evidente que las doce puertas corresponden igualmente a los doce signos del Zodiaco, y las cuatro puertas principales, o sea las situadas en el medio de los lados, a los signos solsticiales y equinocciales; y los doce aspectos del Sol referidos a cada uno de los signos, es decir, los doce Aditya de la tradición hindú, aparecen en la forma de los doce frutos del “Árbol de Vida”, que, situado en el centro de la ciudad, “da su fruto cada mes”, o sea precisamente según las posiciones sucesivas del Sol en el Zodiaco en el curso del ciclo anual. Por último, esta ciudad, que “desciende del cielo a la tierra”, representa a las claras, en una de sus significaciones por lo menos, la proyección del “arquetipo” celeste en la constitución de la ciudad terrestre; y creemos que cuanto acabamos de exponer muestra suficientemente que dicho “arquetipo” está simbolizado esencialmente por el Zodíaco.

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